Una vendedora de pisos descubre en un apartamento un botín con una ingente cantidad de dinero. Cuando intenta salir de la casa, se encuentra con la firme oposición de la comunidad de vecinos, una gama de muy extraños personajes.
En su segundo filme con Álex de la Iglesia, el compositor vuelve a escribir una partitura con deliberado sentido grotesco y exagerado, si bien con intención diferente: si en aquél título su propósito fue el de dar mayor desmesura a la película y fomentar el cariz de bufonesca tragedia en lo que hacía referencia a los personajes (no hay que olvidar que se iniciaba y acababa con un tema de reminiscencias circenses sobradamente explícito), aquí opta por emplear la música para realzar la impresión de caos y absurda locura, con fines algo más genéricos.
La partitura viene a ser el reflejo sonoro de lo que acontece en la peculiar casa, a la que dota de vida tanto como a los extraños seres que la habitan y se posiciona en contra del personaje que llega a ella. Baños recurre a los prototipos habituales en el género del terror, pero les da un hábil trazo humorístico con el empleo de las teclas graves de un piano y del frenético ritmo melódico.