En una cumbre de presidentes latinoamericanos en Chile, el presidente argentino vive un drama político y familiar que le hará tomar dos decisiones que podrían cambiar el curso de su vida en el orden público y privado.
Un prometedor arranque musical avanza lo que aparentemente va a ser un filme donde la banda sonora será la pauta, el matiz y la fusión de sus dos principales ejes narrativos, acompañando las vivencias del mismo protagonista y siempre en su estela. A medio camino entre la música para el thriller y una música dramática moderadamente obsesiva y persistente, que no acaba por resolverse, el compositor mantiene una calculada ambiguedad y desde el inicio germinal va tomando cuerpo y forma generando expectativas. Pero se queda a medio camino, incapaz de seguir el ritmo de una historia que acaba por ir muy por delante y la música llegando tarde y en última instancia mal a su cita, donde ya no es necesaria y resulta en no pocos momentos impostada. Lo peor es su renuncia a llegar a algo concreto, y ello es porque entra en una suerte de loop de la que la banda sonora no se mueve, allá donde el resto del filme sí lo hace: el guion literario es dinámico, creciente frente al musical que es estático y decreciente, y lo peor es que mientras el relato se concreta, la música se dispersa, generando indiferencia. Una música que comienza sugerente, refinada y hasta inquietante pero que acaba por ser insípida, monótona e invisible, y que intenta in extremis salvar su papel en la función con un notable tema final que llega muy tarde.