Tres historias relacionadas con el mundo del periodismo, centralizadas en la redacción de un periódico estadounidense en una ciudad francesa ficticia del Siglo XX.
Este es un filme, como en casi todos los del director, en el que cada plano está meticulosamente preparado y calibrado, exquisitamente diseñado en decoración, fotografía y vestuario, que se conforma de una serie de viñetas y de relatos en miniaturas con una amplia variedad de personajes que forman parte de una gran suma que en momentos resulta encantadora y en otros abrumadora. En esta película en concreto todo es mucho más abrumador que encantador, muy estético y visual pero de escaso calado y contenido, con ideas que se solapan y que generan una impresión de vacuidad, de filme de buen continente pero contenido hueco.
Alexandre Desplat intenta formar parte de este gran engranaje pero no acaba de encontrar su espacio y se queda casi siempre rezagado, por detrás (o por debajo) de las escenas o personajes que pretende complementar. La música es caótica (mucho más de lo que es el resto del filme, que no lo es tanto) repetitiva y falta de un desarrollo, de un arco dramático que diferencie el comienzo del final, que camine hacia adelante. Se conforma de una sucesión de temas similares (el piano es el instrumento vertebrador) perfectamente intercambiables en bastantes de las escenas, limitándose a remarcar lo que ya está expuesto sin ninguna capa nueva, y las emociones que implementa son parcas y básicas, cuando no monótonas: salvo en alguna secuencia, ni es lo bastante cómica, ni lo bastante sarcástica, ni lo bastante sentimental... ejemplo de ello es la insignificancia de la música que aplica al personaje de Moses Rosenthaler (Benicio Del Toro). Los mejores momentos son de otros compositores, como los insertos de Morricone, Nascimbene o Delerue, cuyos cameos sí elevan las escenas y las llevan a un nivel y dimensión que nunca alcanza Desplat. Es, de todos los elementos que hacen filme, el menos vistoso: no es exquisita como la decoración, ni calibrada como la fotografía, ni variada como el guión literario, tampoco es encantadora o abrumadora sino apática e irrelevante y, eso sí, tan vacía como lo es el conjunto de la película.