Secuela de Papá, soy una zombi (12). La malvada Nigreda lidera una rebelión de los zombies contra los mortales, cuyo objetivo es conquistar el mundo. Solo Dixie puede detenerla.
El compositor sigue la línea estética y melódica de la anterior entrega, con avances y también con retrocesos respecto a ella. Supone un paso adelante en lo que respecta a la exquisita precisión de los comentarios musicales que sincroniza con el devenir narrativo de la película, matizando, aderezando y muy ocasionalmente contestando y contradiciendo, con brillante uso del mickey-mousing, al que recurre en varias ocasiones y con el uso adecuado del tema principal y de su contratema, que prosiguen el duelo iniciado en el primer filme. Es, en este sentido, una labor de ajuste y precisión impecable. El problema es que la música queda muy relegada al background, al fondo sonoro sin ocupar -salvo en la parte final- la primera línea, como sí sucedió en Papá, soy una zombi (12), donde la banda sonora salía en los momentos oportunos de la retaguardia para ocupar un primer plano en el que atrapar al espectador, involucrarle y hacerle partícipe de las aventuras. Aquí no sucede así, y la música es muy descriptiva pero no toma control del filme, sino que se somete a él. Eso no supone un error, en absoluto, pero sí una pérdida de oportunidades. En otras palabras parece como si el compositor se hubiera preocupado tanto de dibujar musicalmente el filme (y lo ha hecho sin tacha alguna) que se ha acabado olvidando del espectador. Por lo demás, música gótica festiva y desenfada dispuesta al servicio de una juerga simpática.