Un hombre y una mujer se despiertan pegados por el abdomen. No se conocen, ambos están desnudos y en un lugar que no reconocen.
Siendo esta una película que discurre en el acotado espacio de una habitación, la música del compositor cumple con solvencia el cometido de ampliar esos espacios, y lo hace mediante tres líneas musicales que se desarrollan, alternan, dialogan, superponen y fusionan. La primera es la música tóxica, incómoda y agresiva, que inicialmente se ubica y atribuye al misterioso espacio en el que se encuentran los personajes, pero que poco a poco les va impregnando y llega a formar parte de su estado mental y emocional. La segunda línea expone la debilidad y fragilidad de los protagonistas, no es una música concreta y clara sino dispersa y confusa, como dispersas y confusas son sus emociones. En tercer lugar, por fin, el brillante tema principal que lo estructura todo. Tiene al violoncelo y la marimba como instrumentos protagonistas, representando a cada uno de los dos personajes, y la presencia del arpa ayuda a generar un aura de misterio y enigma, y se trata de un tema que también sirve para lo tóxico, incluso lo macabro (ambiental, emocional y psicológico), para lo dramático e incluso para funcionar a modo de juego en una suerte de la música del escape room en que los personajes pretenden convertir el lugar y que les insufla de ciertos momentos de alivio.
Hay una progresión que, de algún modo, hace que todo vaya a peor, generando caos y presión que afecta a los personajes pero también a la audiencia, hasta que finalmente se abre una salida de modo oxigenado y emocional.
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