Relato de lo acontecido en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando centenares de miles de tropas británicas y aliadas se encontraron rodeadas por los alemanes y debieron organizar una fuga a la desesperada hacia Inglaterra.
Este filme narra los acontecimientos desde tres perspectivas con un protagonista en cada una: un soldado (tierra), el dueño de una barca (mar) y un piloto (aire). Pero en esta película no hay ni rastro de soldados alemanes, ni cuerpos mutilados o sangre, a pesar de la matanza, y los aviones enemigos son vistos desde cierta distancia. El infierno real está en la música deliberadamente insoportable, atosigadora y martilleante de Hans Zimmer. No hay en ella intención narrativa, pues nada explica; no diferencia tierra de mar o de aire y tampoco se ubica en la perspectiva de los personajes, ajenos e indiferentes a ella: la misma música acompaña hechos completamente diferentes (la tensión en el embarque en la costa francesa y la tranquilidad en la preparación de las barcas de rescate en Inglaterra, por ejemplo) y en lo dramático no resalta emociones de personajes, pues igualmente estos comparten la misma música estando en estados emocionales y psicológicos bien diferentes.
Zimmer no está en el filme para explicarlo ni para ponerse en la piel de los personajes, sino para ofrecer al espectador una experiencia única: que mientras es testigo visual de una fuga masiva sufra un ataque directo e inmisericorde desde el espacio sonoro. No hay estructura ni lógica -ni se pretende- en la aplicación de los diferentes bloques musicales, no hay temas reconocibles o que puedan aportar algún significado que el espectador racionalice o asuma como parte de la narración. Nada de eso hay, solo la expresa voluntad de hacer que la inmersión en la película resulte incómoda, pesadillesca, un infierno.
Durante los primeros veinte o treinta minutos esta agresión funciona espléndidamente y por su visceralidad y radicalidad trasmite una idea subliminal de aniquiliación apocalíptica: puede que la hubiera antes, pero ya no hay rastro de música en esta playa, la que hay está destruida o, desde otra perspectiva, en este escenario es imposible que tome forma algo tan humano como la música. Se aprecian, sueltos y desordenados, elementos como la ansiedad, la desesperación, la destrucción, el vacío y sobre todo un pesimismo que lo invade todo... pero nada llega a tomar cuerpo o forma concreta, salvo un persistente tic-tac que recuerda inflexible que el tiempo se acaba, y eso contribuye mucho y bien al desconcierto. Pero pasados esos primeros veinte o treinta minutos, y porque apenas hay interrupción alguna (y especialmente se nota la ausencia de algún contrapunto melódico que lo equilibre y permita un cierto descanso, como el compositor sí hizo en otros filmes) comienza a producirse una sobresaturación que acaba por jugar muy a la contra de la pretensiones iniciales y la música deja de ser pesadillesca para empezar a ser un irritante estorbo que, por por pura protección, se acaba ignorando para -y esto es lo terrible- poder seguir viendo el filme en paz.
Este exceso y la falta de balance y contención es el principal problema, aunque no el único: tras el martilleo incesante cualquier música apacible será recibida automáticamente como agua de mayo. Sucede así en el tramo final de la película, con la música elegíaca puesta ahora sí para narrar y para vincularse a las emociones de los personajes y espectadores. Se trata de una versión de las Variaciones Enigma de Edgar (a cargo de Benjamin Wallfisch). Funciona por lo que tiene de liberación y de salida del infierno y ciertamente genera la reacción buscada. Pero es como aferrarse a un salvavidas, sin demasiadas exigencias, pues aparte de ser un recurso obvio e incluso tópico se trata de un tema bellísimo -con adaptación, eso sí, más discutible- pero que en todo caso en ese contexto queda algo forzado e impostado y tendenciosamente melodramático. Una trampa algo maniquea innecesaria en un filme que merecía otro final. ¿Tanto sufrimiento para esta recompensa? ¿O es una ironía que en el primer momento en el que se puede escuchar música melódica... no sea de Zimmer?. También cabe la posibilidad que el compositor y Nolan hayan querido explicar sutilmente que aquellos que han sido derrotados estrepitosamente no merecían una elegía musical expresamente escrita para ellos. Todo es posible.