Una misteriosa interferencia entre dos tiempos provoca que una mujer salve la vida de un niño que vivió en su casa 25 años antes, pero eso provoca una reacción en cadena que hace que despierte en una nueva realidad donde su propia hija nunca ha nacido...
En esta película de saltos de tiempo y de espacio el compositor participa activamente generando caos, imprevisión y confusión con músicas de alto voltaje eléctrico y dramático que ubica en el entorno externo de los personajes, acosándoles a ellos y también al espectador, incluyendo una onomatopeya de reloj inflexible marcando el inexorable paso del tiempo. En ese contexto se inserta un tema principal sí referido a personaje y que se va aplicando en el desarrollo del filme más como referencia que como elemento narrativo. Es una música sentimental, concreta y entendible en un contexto de músicas que deliberadamente no lo son. Este tema, notable, está llamado a tomar el protagonismo y a desvelar en un momento determinado su significado, y a partir del conocimiento que se aporta del mismo, y cuando es entendida como del propio personaje y de sus motivaciones, implicar emocionalmente también al espectador. Es algo que director y compositor probaron con éxito en Contratiempo (17), también una banda sonora confusa y laberíntica que llevaba hacia una salida imponente (en ese caso brutal, despiadada e inmisericorde) Pero en este filme se llega al final con un tema principal que acaba por sobresaturación de las demás músicas demasiado exhausto, desgastado, diluído y sin apenas fuerza emotiva, que no logra el propósito de servir de liberación. Las otras músicas, importantes pero de menor relevancia, por su falta de contención en momentos donde podían haber sido menguadas, borran buena parte del devenir del tema principal y diluir su trayecto, y por esa razón lejos de ganar en interés lo va perdiendo y el momento más importante (narrativa y emocionalmente) acaba por ser casi irrelevante.