Una joven está en el hospital, en estado de coma. Se rememora su vida inmediatamente anterior, con sus relaciones con su madre, amigas, novio y con una enigmática chica que la introducirá en un mundo de nuevas sensaciones.
En los años que el compositor lleva colaborando en el cine, se ha resistido casi siempre a ceder en su ideario musical para someterse a las exigencias cinematográficas que tiene la música. Es, en este sentido, un compositor atípico, porque no es tanto un compositor de cine como un compositor que hace cine, que no es lo mismo. Y a pesar de ello y de que precisamente por ello no tenga acceso a determinado tipo de películas (salvo que se someta a los requerimientos narrativos fílmicos, que a veces lo ha hecho), es un verdadero superviviente, aunque no sea el único.
En el caso de esta partitura, evidencia su categoría como compositor: es una creación que en su aparente -solo aparente- sencillez melódica e instrumental aflora una enorme profundidad emocional, con diferentes sensaciones que se mezclan, fusionan y confunden hasta dar con un punto en común, que es el de una música abierta, esperanzadora. Y en ese proceso el compositor pincela de diferentes colores el filme: hay cierta tristeza y melancolia, un moderado tono romántico e incluso algún toque desenfadado. Todo ello, con el absoluto protagonismo del piano y de otros instrumentos como el violoncelo y también étnicos, que aportan colorido a lo que es una partitura pura y auténtica, muy honesta en sus pretensiones, de tono nocturno y de bellísima presencia.