En Textopolis todos los emojis cobran vida, mientras esperan ser seleccionados por el usuario del teléfono. Un emoji que nació sin filtro y se llena de múltiples expresiones se embarca en una aventura para intentar ser normal.
Esta banda sonora pertenece a esa peculiar categoría de creaciones musicales notables para filmes infumables, una clasificación que hay que resaltar y que habrá que destacar. Ciertamente, hay que insistir, la música no es un elemento ajeno a la película porque la música es también parte de ella. Pero de todos los elementos que construyen un filme a veces no todos están a la altura de lo exigible, como en este caso por ejemplo el infumable guion. Pero un compositor tiene la obligación de hacer bien su trabajo y nada justifica una mala banda sonora, por malo que sea el filme. Aquí, sin embargo, Doyle va a conseguir que se produzca un hecho curioso, y es que mientras este título esté con toda probabilidad en todas las listas de las peores películas de 2017, su banda sonora figure entre las mejores creaciones del año, algo que es perfectamente compatible, por otra parte.
La música del compositor es una fiesta sin fin, y además en sentido creciente: cada vez va a más y a mejor. Su punto de arranque es un divertido tema -será el principal- construido a partir del tono de un emoji y que tiene un aire casi pueril, básico y hasta simple... pero que luego conoce diversas variaciones y transformaciones que le dan enorme prestancia y solidez, que además de ser muy retentivo alimenta y se alimenta de otros temas para las acciones y especialmente de un imponente tema central sentimental que también evoluciona hasta llegar a un esplendoroso y bellísimo tema final donde se fusionan ambos. Es una creación sólidamente estructurada pero no por ello conservadora y previsible sino precisamente sorpresiva e inesperable. Una delicia.