N. es un hombre estropeado, algo no va bien en su interior. No quiere tomar una sola decisión más, sólo apearse del mundo. Quiere vivir en la cárcel y hará cuanto sea necesario para conseguirlo.
En los créditos iniciales del filme una versión destruida del Así habló Zaratustra, de Richard Strauss, abre las puertas a un viaje por el delirio de lo absurdo y lo surreal para hablar sobre el ser humano, sobre la depresión, las normas sociales y las enfermedades mentales. Es un viaje en el que la música juega un papel importante con resultados irregulares: a lo largo de una amplia parte del filme hay una dualidad bien sostenida entre comedia y ternura mediante un sencillo pero brillante, juguetón y retentivo tema principal y músicas similares que permiten aportar luz y claridad a un personaje que es complejo, extraño, atípico, pero al que la música ayuda a simplificar (lo que es positivo, pues en absoluto lo banaliza). Durante esta amplia parte las músicas mantienen firme el rumbo y el tono, con momentos hermosos, intensos y elevados.
Sin embargo hay una segunda parte en el que la película baja considerablemente su ritmo y entra en un terreno melodramático más calmado. Sorprendentemente aquí la música cae en la práctica inexistencia, pero no por su falta de presencia sino por su casi completa ausencia de contenido interesante. Es música vacía, más de relleno, que es estancada, entra en barrena y que hace descender a la propia película. Por alguna extraña razón se decide dejar a su suerte y sin apoyo ni explicación al personaje. No sería una decisión incomprensible si no fuera por el tramo final, cuando se pretende -sin grandes resultados- recuperar y remontar el espíritu de aquella primera parte. Entre ambas ha habido prácticamente la nada, un hueco que rompe ya no solo la continuidad musical allá donde sí hay evolución del personaje, sino que también la experiencia inmersiva de la audiencia, de tal modo que el regreso de aquella música no se percibe como una recuperación o una resolución sino como una simple reiteración forzada, impostada, poco natural. Algo ha fallado para que el estupendo principio del viaje acabe resultando apático y en vuelo raso.