Corre el año 1940 en España y la guerra civil se ha terminado. Ana, una niña tímida, se ve fascinada con la historia de Frankenstein, tras ver el clásico de terror, y se retrae a su propio mundo imaginario.
Reseña de Javier González:
El primer largometraje de Víctor Erice, una de las grandes obras maestras de la Historia del cine español, es un sutil y poético retrato de los primeros años de posguerra contado desde el punto de vista de una familia republicana en una zona rural castellana, cuyas niñas experimentan un catártico despertar al mundo adulto tras la visita al pueblo del cine ambulante con la proyección de la película Frankenstein (31).
No hay mucha música en la película (debe ser poco más de 30 minutos), porque también los silencios son importantes en el retrato de esa familia que guarda secretos, que apenas hablan entre sí, que permanecen encerrados en una colmena añorando un pasado que no volverá. Desde los títulos de crédito iniciales (a mi parecer herederos de la mítica secuencia inicial de Matar a un ruiseñor), la música, sencilla y con pocos instrumentos, ya refleja los diferentes elementos y capas de la historia: el uso de la flauta para la inocencia y la vida cotidiana de las niñas, la guitarra como elemento sencillo de la vida rural y el entorno, el arpa como elemento misterioso y vinculado a la imaginación y la fantasía. Este tema de créditos, que podríamos considerar el tema principal, es utilizado en muy pocas ocasiones. No tiene un uso narrativo claro, pero parece vinculado de forma poética al concepto de colmena y a los pensamientos del padre de la familia, Fernando. Hay otro tema muy sencillo que está relacionado con la madre, Teresa; suena misterioso en varias ocasiones debido al secreto amoroso que esconde, pero se transforma hacia un arreglo de guitarra triste y lamentoso cuando finalmente decide quemar las cartas de su amante y dedicar la vida a cuidar de sus hijas y su marido.
Los temas más animados y alegres de la partitura son reservados para actividades sociales y de vida cotidiana fuera de la casa (la llegada de las niñas al colegio, la excursión de las niñas con su padre cogiendo setas y la salida de Fernando de casa para ir al trabajo). Son músicas ambientales y externas que funcionan como un disfraz de felicidad para los personajes, proyectando una imagen de normalidad en sociedad que no es del todo real. Contrastan con el resto de la música incidental aplicada a la familia, que es una música interior que sale de los personajes, de sus secretos, sus anhelos o sus miedos. En este sentido, es especialmente relevante el tema del particular encuentro con Frankenstein que experimenta Ana y su posterior trance junto a la ventana en el final de la película, donde la música es misteriosa y etérea, con una voz femenina que trasciende el plano real y parece representar el mundo interior y la pérdida de la inocencia de la niña.
La banda sonora se enriquece gracias a la inteligente presencia de dos músicas preexistentes, que funcionan de forma brillante. Una es la canción popular Vamos a contar mentiras, aplicada en varias escenas donde la niña mayor, Isabel, engaña a la pequeña, Ana, para hacerle creer que hay un monstruo en la casa abandonada junto al pozo. Suena en una variación juguetona cuando las niñas corren a la casa por primera vez y después se vuelve más misteriosa y grave cuando es Ana la que acude ella sola. Finalmente, cuando la pequeña se encuentra en la casa con el maquis que está huyendo de las autoridades franquistas, la música desaparece, porque la broma se ha hecho realidad y ha dejado de ser una mentira. La otra música preexistente es diegética, durante una breve escena de Ana viendo fotos de sus padres cuando eran jóvenes, libres y felices, en una época anterior a la guerra civil. Teresa, con la intimidad y seguridad de estar en el interior de su casa, toca al piano la melodía de Zorongo gitano, canción con letra de Federico García Lorca, el mayor símbolo y exponente cultural de la república, asesinado por el bando nacional franquista en los primeros días de la guerra civil. Es de una tremenda fuerza escuchar música de Lorca en esta triste y sobrecogedora escena, que sintetiza y recoge la esencia de lo que nos está contando Víctor Erice durante toda la película