Los Eternos son una raza de seres inmortales con poderes sobrehumanos que han vivido en secreto en la Tierra durante miles de años. Aunque nunca han intervenido, ahora una amenaza se cierne sobre la humanidad.
Este es uno de los ejemplos que demuestran lo cierto del dicho la música no puede resucitar a un muerto pero puede hacerlo más presentable. Y Ramin Djawadi es, en este filme, más empleado de funeraria que compositor de cine. Intenta sin demasiado éxito -y no es culpa suya- insuflar de vida, de color, de epicidad, de trascendencia y de dramatismo una película que es fallida, vacía, bienintencionada pero pomposa, larga y plomiza allá donde la música es profunda, elegante y refinada. Pero a pesar de su encomiable esfuerzo la película no acaba de salir del estado de letargo. El compositor pone algo de orden a las confusas líneas argumentales unificando a los personajes bajo similares paraguas emocionales, dado que todos ellos comparten su condición de desarraigados sin un lugar en el mundo y que esta es una película más de ocasos que de amaneceres, más de miradas atrás que al futuro. Así, esa tristeza y desgarro se plasman bien, a ratos maravillosamente bien en la música, en especial con excelentes coros casi lamentativos y con temas más que notables que en muchos momentos sí levantan algo la película. Una pena, porque si el resto del engranaje (el filme) hubiera funcionado tan bien habría sido la mejor creación para el cine del compositor. Y en realidad lo es.