Tercera entrega de la saga iniciada en The Conjuring (13). Ambientada en los años 80, los protagonistas deberán afrontar un nuevo caso que se presenta con un hombre que es acusado de asesinato tras haber sido poseído por un demonio.
Esta tercera entrega de la saga mantiene algunas de sus mejores constantes musicales, especialmente en lo que hace referencia a la recreación de entornos tóxicos y hostiles, que lo impregnan todo de terror y de desolación. En este sentido es una obra coherente y mucho más interesante que otros filmes del universo estancados en sus propuestas musicales, como el caso de Annabelle Comes Home (19), o en otros filmes de terror firmados por el compositor. En este filme música y efectos sonoros se alían para operar conjuntamente de un modo no hecho en los títulos anteriores, y a diferencia de estos se evita la representación concreta del Mal, si bien este se presencia musicalmente de un modo más sutil. Durante los dos primeros tercios del metraje va generando el entorno de presión, más en la retaguradia, y en la parte final se posiciona en primera línea para tomar el mando del filme, lo que consigue parcialmente. Es menos interesante que las dos anteriores películas, pero es estimable.