Una madre viaja con su hijo autista hasta la Patagonia, donde vive un guardafauna que tiene una relación muy especial con las orcas salvajes.
El compositor firma una sencilla, bella y eficiente partitura que estructura en derredor de un significativo tema principal, breve y retentivo, que une a los personajes y finalmente al niño con la orca. Es este un tema de unión, pero también habla de aceptación y de la búsqueda de la propia salvación, la de unos personajes en crisis. Es asimismo una música de bondad, de generosidad y de ternura. Está adecuadamente ubicada a ras de los personajes, no es en nada melodramática ni edulcorada, y aunque su perspectiva es exterior, no es paternalista. Consigue así, en sus reiteraciones o variaciones, implicar al espectador al hacer de esa música su propia mirada sobre los personajes. Narrativamente, lejos de llegar a una cota de máxima expresividad (y emotividad) el compositor la lleva, en su punto final (el encuentro con la orca) a un estado casi germinal, que da a entender que no es un destino final sino un nuevo comienzo, y que esa música, ya solo del niño, forma parte de la solución.
El resto de músicas -las hay- no tienen ninguna relevancia, comparadas con el tema principal, aunque están en similar línea estética y generan ambientación. Son músicas que en algunos casos (el ataque de la orca, la búsqueda del niño desaparecido) son algo parcheadas e impostadas, y que no logran sus propósitos de impactar o transmitir tensión. Pero en realidad, por lo prescindibles, sirven para realzar el protagonismo y la significación de un tema principal cuyo devenir es claro y hermoso.