Los hechos reales del fotoperiodista W. Eugene Smith cuando en la ciudad costera japonesa de Minamata, cuya población fue sido devastada por el envenenamiento por mercurio, fotografió pruebas del desastre que escandalizaron al mundo.
El compromiso del compositor con el relato de los hechos verídicos es bastante más firme y notable que el de la propia película en su conjunto, que falla estrepitosamente y acaba por ser trivial, estereotipada y plana. La música, por buena que sea y por bien estructurada que esté, no puede revivir a un filme muerto, y este es el caso. Sakamoto cumple con su responsabilidad y cometido, aunque las enormes deficiencias del resto de la película también afectan y condicionan su trabajo, especialmente en todas aquellas partes donde la música pretende generar un ambiente tenso, tóxico y de presión, que no funcionan y resultan bastante impostadas porque las secuencias sencillamente no responden y no hay interactuación ni sinergia dramática entre ellas y las músicas.
El tema principal es lo que salva esta banda sonora, porque pese a todo su mensaje es claro, es diáfano y se mantiene vivo incluso en este filme muerto, al que trasciende: es un tributo a las víctimas de Minamata y a quienes lucharon por que se supiera la verdad. Arranca en un estadio básico y va progresando hasta un final contundente y hermoso, y el protagonista acaba, de alguna manera, también fotografiando esa música. Es lo único que merece ser recordado.