Unos criptozoólogos tratan de enfrentrarse contra un grupo de enormes monstruos, incluyendo el propio Godzilla. Entre todos intentan resistir a las embestidas de Mothra, Rodan o del último némesis de la humanidad: King Ghidorah.
En las películas donde se aplica gran cantidad de música es importante que el espectador pueda diferenciar aquella que es menos relevante de la que está para asumir tareas narrativas; las primeras cumplen con escenas concretas, resuelven tránsitos y enfatizan momentos, en tanto las segundas conducen a los espectadores a través del filme dando explicaciones entendibles sobre personajes, seres o lo que sea. Nada hay peor que una música quiera contar algo y, por la razón que sea, nada explique o no se entienda lo que explica. Generalmente cuando esto sucede es por culpa de una mala aplicación de los temas, confusa, pero también porque por sobresaturación los temas acaban confundiéndose o solapándose entre sí. Si hay caos al final la música que pretenda explicar algo nada explica, y como consecuencia se limita a enfatizar. A ello se le suma que la música de McCreary, con alguna excepción, es sustancialmente anodina, particularmente cuando entra en terrenos dramáticos. Está, eso sí, espléndidamente producida pero cuenta con estupendos puntos de partida que después no se desarrollan y cae en lo monótono, como sucede con el notable tema principal, que se desinfla. Por si no fuera bastante sufre el agravante que cuando se referencia a Akira Ifukube o a Koseki es fácil olvidar la música de quien lo está referenciando, y en este filme importa mucho.
En su conjunto sus músicas son más de relleno que de otra cosa, que como fuegos de artificio sonoros pero vacíos de contenido funcionan bien, pues para ello no se hace necesario una estructura temática sólida ni música que atrape al espectador; pero esta es una creación que podía elevarse alto pero se queda sin despegar del todo por su excesiva sobrecarga.