Una mujer desaparece cuando visita una misteriosa mansión victoriana para realizar un inventario de los bienes de la propiedad. Un detective se traslada al lugar de los hechos a investigar y emprende un viaje al pasado acompañado por una doctora que le relata la tragedia del matrimonio que habitaba la casa en el Siglo XIX.
Sólida e impecablemente estructurada partitura sinfónica y coral en la que el compositor desarrolla su música en dos niveles dramáticos bien definidos: por una parte, música gótica, crepuscular y decadente, destinada a la recreación de un entorno hostil y misterioso; en segundo lugar, música romántica y nostálgica sustentada en un bellísimo tema principal que conoce un proceso de liberación admirable: comienza contaminado por el mal y prosigue con un tono cercano a un romanticismo perverso, ambiguo, sostenido como tal en la mayor parte del metraje y cuyo espíritu melancólico es controlado por la fuerza y el poderío de los temas hostiles, pero que finalmente logra desprenderse de su lastrante carga y acaba por mostrar su esplendor como un tema abierto, dolorido pero libre. Aunque no del todo...
La música engrandece los espacios físicos y emocionales de la película y de sus personajes, aporta una enorme profundidad y sirve, como guión musical, para avanzar el destino al que ha de acabar llegando el guión literario. Y es que, como sucede cuando hay algún tipo de contradicción entre aquello que relata la imagen y lo que es planteado desde la música, esta siempre se impone sobre la primera. Por ello y por las razones expuestas, esta partitura acaba siendo tan explicativa. Continúa en La herencia Valdemar II: La sombra prohibida (11).
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