La ajetreada vida de un hombre con su pareja y su bebé se desbarata cuando su exmujer aparece con su problemático y distante hijo adolescente.
A pesar de la decidida involucración de Hans Zimmer en la esencia dramática de la película, en su tuétano, el compositor no logra encontrar su espacio salvo en contados momentos, aunque sí puede insertar algunas pinceladas que ayudan a didujar el trasfondo emocional y dramático de los personajes, en particular una hiriente vulnerabilidad. Al contrario de lo que sucedió en The Father (20), la anterior película del director obviamente vinculada a esta, aquí la música sí pretende participar activamente en la construcción del relato, pero si The Father era un filme focalizado este es en exceso disperso, desordenado, que intenta sin conseguirlo consolidar distintas relaciones entre sus personajes, de modo forzado, recurriendo a tópicos melodramáticos -también musicales- que le restan credibilidad. Esa dispersión y desorden afectan a cualquier intento de Zimmer de explicar algo que pueda asentarse en el interior de los personajes y que los haga creíbles, y el resultado es impostado, involuntariamente tramposo e intrusivo, que intenta pero no consigue dotar de contenido profundo a los diálogos ni muestra nada que no esté ya exhibido de forma programada y mecánica en el resto de la película.