En la cima de su carrera como director, Alfred Hitchcock decide filmar una película de terror aparentemente de baja categoría. Ningún estudio apoya el proyecto, así que decide financiarlo él mismo y rodarla con un equipo barato de TV. El resultado fue un fenómeno internacional y una de las películas más famosas e influyentes de la historia: Psycho (60).
El compositor aplica una partitura que es sustancialmente de acompañamiento secuencial, donde va enfatizando o remarcando los distintos momentos del filme, sin entrar en descripciones de personajes (salvo algunas emociones muy básicas) o con algún tipo de construcción narrativa. No hay referencia alguna -o al menos lo suficientemente sólida- a la influencia en Hitchcock de Bernard Herrmann, cuya música y espíritu quedan marginados. Tampoco hay una música que ayude a comprender o profundice en la compleja personalidad del director, quedando todo muy superficial, perfectamente obviable y limitándose a seguir a acción. El resultado es, por poco interesante y deslucido, pobre.