Adaptación de la novela de Robert L. Stevenson sobre el científico que prueba en sí mismo un experimento y se transforma en un siniestro personaje.
Esta es una música escrita ahora para un filme mudo que cumple 100 años y que durante 100 años ha existido -perfectamente bien- sin la música que ahora se ha escrito. Es lo que suele suceder con las intromisiones de compositores que, por diversas razones, creen que pueden aportar algo a una obra preexistente. En muchas ocasiones es algo parasitario, oportunista, y en otras se plantea bien como un tributo, como una reinterpretación o simplemente como un espectáculo para el público moderno. En cualquiera de los casos, no es tanto escribir música original para un filme como, de alguna manera, ponerse a prueba frente a ese filme y que el resultado no sea el bochorno porque, en principio, si se asume este reto es para que la película sea algo mejor.
Esta película de 1920 protagonizada por John Barrymore ya tuvo hace poco una aportación musical (de Daron Hagen) y ahora Jason Frederick se atreve a partir de lo que es obvio e inevitable: la dualidad y bipolaridad Jekyll/Hyde, llevada al ámbito de la música. Podía haberlo hecho con dos temas musicales diferentes y opuestos (a lo Taxi Driver, por ejemplo) pero ha preferido hacerlo a partir de un solo tema del que muestra dos vertientes completamente diferentes. Así, la luz y oscuridad, la bondad y maldad están en una misma música y sobre ello trabaja para expresar y manifestar la desolación y descontrol de Jekyll y también la furia y lo siniestro de Hyde. Lo hace confrontando calidez frente a aspereza, emotividad frente a intransigencia, y también aires barrocos con vanguardistas, que en cierta medida recuerdan la música de The Planet of the Apes (68)
La abundancia de músicas de apoyo y de otros temas difuminan algo el que es un magnífico duelo del tema principal contra sí mismo, y aunque esta música no haga mejor el filme -que va a seguir existiendo sin ella- tampoco la ofende.