Impactante recuento de las últimas horas de vida de Adolph Hitler en el búnker donde acabó suicidándose con su recién esposa Ewa Braun, rodeado por sus leales, abandonado por oportunistas y abrazado por sus fanáticos.
La crudeza con la que la película relata los aspectos humanos de un sanguinario tirano -sobre el que no se emiten juicios de valor sino que se expone pragmáticamente lo que vivió en sus últimos momentos- es acompasada por una música que tampoco juzga, sino expone. La depravación y el horror generado por sus órdenes está en la memoria histórica -y en la vergüenza de la Humanidad-, no en la película ni en la música.
El difícil cometido del compositor ha sido el de mantenerse impasible, del mismo modo que el director se ha limitado a hacer una ficción de lo que debió suceder en el interior del búnker, donde nadie se autocuestionaba. Y lo hace con una música distante, calculadamente gélida, que encuentra sus momentos más dramáticos en las escenas en el exterior del búnker, reforzando los horrores de la guerra.
En la parte final, cuando sí se exponen las consecuencias, la música es cuando se torna más sentida, a modo de alivio para el espectador y de resaltación de lo absurdo para los verdugos. Un trabajo musical complicado, pero muy bien resuelto.