Un hombre descubre que sus alucinaciones son en realidad visiones de vidas pasadas.
El casi siempre solvente e interesante Harry Gregson-Williams roza y traspasa aquí la línea de la irrelevancia y firma una creación insulsa, monótona, hecha sin inspiración y que no va más allá de un mero ejercicio de fuegos de artificio, funcionales y efectistas, carente de alma y espíritu, que podría operar perfectamente en cualquier otra película porque es más de lo mismo y resulta aburrida y previsible. Fácilmente olvidable.