Tres hermanos con vidas muy diferentes y con muy poca relación entre si luchan por salir adelante. Dos de ellos padecen esquizofrenia, enfermedad que sufre su padre y que le lleva al intento de suicidio. Su agonía en el hospital los reúne en torno a su madre.
La música de esta inteligente, bella y honesta película arranca con un tema inicial frágil, quebradizo y atomizado, que se va fortaleciendo en base a retazos hacia una conclusión final breve pero absoluta y contundente, que otorga una gran impulso emocional y vitalidad a unos personajes y a una historia que precisamente han carecido de ella durante el metraje, y que además acaba sirviendo de punto natural de encuentro entre los guiones literario y musical.
En este proceso constructivo –absolutamente impecable- tienen especial importancia los silencios demoledores e incluso el plácido y armónico sonido de las olas del mar, que penetra en el espacio de tensa placidez y endeble armonía de la casa paterna. Así, entre la partitura, los silencios y el sonido de las olas del mar, la banda sonora aporta un enorme valor explicativo al filme. Pero algo acaba por fallar en este equilibrio entre el guión literario y el musical, y se trata de la inclusión de una canción en los créditos finales, lugar que debería ser ocupado íntegramente por el estupendo tema final del compositor.