La corrupción y tiranía en un sindicato del puerto de Nueva York se resquebraja cuando un ex-boxeador que es utilizado por el sindicato acaba por rebelarse.
Una de las partituras más emblemáticas del cine en general y de la década de los cincuenta en particular, y una de las pocas que ha logrado ser considerada también como pieza concertista independiente, se trata de una creación de extraordinario vigor y dramatismo, de poderosa intensidad y también de cualificada belleza. Su arranque es memorable y su aplicación en el filme, ejemplar.