Un jove, físico y algo neurótico, se propone demostrarse cómo su relación con su novia no ha sido un completo desastre por su culpa, sino porque estaba determinada desde un principio por las leyes de la física, especialmente por las tres leyes de la termodinámica.
El compositor firma una exquisita y elegante creación que hace girar en derredor de un notable tema principal romántico del que saca el máximo provecho y que le sirve para sustentar con cierta solidez lo que es un filme algo desmesurado, caótico y desequilibrado. La presencia casi constante de la voz en off del protagonista posiciona a la música en un rol de relato paralelo e inmediato, que Velázquez maneja incorporando con prudencia algunos elementos interesantes que no obstaculizan el devenir y la fluidez de la música. Sucece así con las inserciones barrocas o con la referencia más o menos implícita a Bernard Herrmann, que funciona como contrapunto serio pero humorístico. La película, repetitiva y cansina, encuentra en la música su principal válvula de escape (emocional) para compensar las fallidas pretensiones cómicas y científicas.