Algo acecha a una joven, aunque nadie, ni siquiera ella, puede verlo con claridad. Veinte años atrás, en Buenos Aires, la misma presencia aterrorizaba a otra joven. Una tercera chica fue la única que pudo entender lo que le ocurría, pero nadie la creyó...
En el making of que se adjunta Olivier Arson explica clara y sobre todo certeramente cuáles fueron las pretensiones al crear esta banda sonora tan poco ortodoxa y tan singular, que rompe con las convenciones del género y que lleva a la audiencia del filme por territorios inmersivos, aunque se producen más efectos e impactos que los señalados por el compositor.
Hay una inevitable (quizás no intencionada) referencia a la música de György Sándor Ligeti en 2001: A Space Odyssey (68), especialmente en lo que respecta a la ampliación de espacios, de marcar un territorio existente y presenciable del más allá en la realidad física de las mujeres. Las voces forman parte de ese espacio, amplio e infinito, que a lo largo del metraje se revela que no solo corresponde al lugar donde suena sino que funciona a modo de túnel de tiempo y espacio que conexiona los tiempos y espacios tan distantes del argumento. Por otra parte, las voces plantean permanentemente interrogantes: no responden ni aclaran sino que plantean algo que genera necesidad de ser aclarado, explicado y resuelto. ¿A dónde llevan estas voces, que también parecen ser los peligrosos cantos de sirenas, atractivos y a la vez temibles?. Finalmente, esas voces puede que no sean externas sino internas, del estado mental y emocional de mujeres jóvenes quizás perturbadas.
La ambigüedad forma parte también del arte que hay en la dramaturgia y narración en el cine. Olivier Arson plantea posibilidades, abre caminos. No es la suya una música para gustar, pero realmente tampoco lo es ni para asustar ni para incomodar, aunque algo de ello hay. Su música amplía el campo de visión y percepción de la película. Puede funcionar o puede no ser útil. Todo depende de cada persona que participe en la experiencia que propone el filme.