Durante la Segunda Guerra Mundial, dos hermanas deciden ayudar a la Resistencia a robar wolframio en las minas gallegas que controlan los nazis.
El compositor aplica una música que se integra adecuadamente en la estética y dinámica del resto del filme y que como punto de partida es oscura para contextuar el entorno pesimista y de derrota en el que se mueven los personajes. En este sentido, funciona a modo de lastre pesado que por una parte hace extensible el poder de quienes ostentan el poder (los nazis y sus aliados) y se carga en contra de quienes les quieren combatir, generando ambientes y atmósferas negativas, incluso tóxicas, y por otra parte no permite liberar la música de estos, que en sus primeras etapas es decolorida y apagada, por la mera comparación, pero que paulatinamente se va liberando y tomando mejores posiciones.
Los temas aplicados para enfatizar las acciones acaban por otorgar poder a quienes las ejecutan y aquellas músicas dispuestas para resaltar las emociones y la fragilidad de los personajes principales (a los que el compositor trata con mucha austeridad -la música es muy desnuda, casi medular- y un afecto nada melodramático) también acaban fortaleciéndolos, y sobre todo -y es lo mejor- sacándolos de esa zona oscura de la que partieron.
Esta es una banda sonora bien estructurada, intencionada y desarrollada que de todos modos se desequilibra por las propias carencias del resto de la película, en especial las del guion literario y el montaje, pues allá donde el discurso narrativo de la música crece, el del resto del filme decrece considerablemente, y la música acaba por ser más una forma de intentar mantener en pie lo que decae, de modo algo impostado.