Charlot se enamora de una muchacha ciega que vende flores y hace lo imposible por ayudarla a recuperar la vista, para lo que intenta conseguir el dinero necesario con el que pagar su operación.
Una de las primeras grandes partituras de la historia del cine sonoro, integrada plenamente en el contexto y esencia de la película. Sin diálogos, sí se hizo hincapié en su música, el único elemento sonoro con el que contaron las imágenes. Quiso una partitura amplia y logró la más extensa de cuantas jamás se hubieran realizado en la época; quiso variedad tématica y presentó un variado abanico de temas. Como ejemplos, el uso que hace de unos violines, cuyo pulso es el que acompaña la secuencia del combate de boxeo, o la presentación del filme, donde se subrayan los movimientos del protagonista. Estos temas, y aquellos románticos que van más allá de «La Violetera» (obra del maestro Padilla, utilizada como base principal, pero no como único componente), conforman en su conjunto una de las mejores bandas sonoras jamás plasmadas en pantalla.