Una madre recibe la llamada de su hijo de seis años que se encuentra solo en una playa de Francia, sin la presencia de su padre, que se ha marchado. La conversación termina cuando el niño avisa que un hombre extraño se le está acercando y el móvil se queda sin batería y se apaga. Diez años después, la mujer se instala a trabajar en esa playa, donde conoce a un adolescente de la edad de su hijo e inicia una relación de amistad.
La escasa música original que hay en este filme se aplica principalmente para acompañar el aura de silencio, vacío e incomunicación de la protagonista. Es una música cerrada, turbia, en algunos momentos exasperantemente apática, y efectivamente se corresponde a una suerte de música muerta para un personaje agónico. El problema viene cuando ella conoce al muchacho y la música se abre pero no para exponer aquello que ella mantenía en silencio, ni tampoco para aportar un poco de esperanza o de luz, ni siquiera elementos sentimentales: es por el contrario una música pseudoerótica, sensual, vulgar, por momentos más propia de un filme pornográfico que de una película de estas características. Podría corresponderse a aquello que está sintiendo o pensando la protagonista (pues la música, seguramente de modo equivocado, surge de ella y no del muchacho) pero es que en el filme no hay nada de eso. Y además de aportar confusión suprime cualquier sutileza e interés por el personaje. Es una música fuera de plano, dramática y narrativamente, que no aporta nada y resta mucho.