Dos mujeres van a dar a luz, ambas solteras y se embarazadas por accidente. Una, de mediana edad, no se arrepiente y está exultante. La otra, una adolescente, está traumatizada. Sus vidas quedarán unidas. Paralelamente, se lleva a cabo el proceso para la exhumación de víctimas de la Guerra Civil en una fosa común.
Esta es una película de paralelismos, el de dos mujeres diferentes (una adulta, la otra adolescente) que se convierten en madres y el de la realidad de un país -España, la madre patria- que, como ellas, aún no ha cerrado sus heridas, que solo puede alcanzar la paz cuando haya desenterrado sus secretos, desvelado sus mentiras y hecho su duelo. Es este un planteamiento maravilloso, hermoso, doloroso pero también esperanzador que Almodóvar plantea uniendo sus temas constantes a una realidad en la que toma partido.
El filme tiene a su favor cosas espléndidas, pero también otras que lo lastran: una de ellas es el exceso de pedagogía y frases ortopédicas, metidas con calzador, en todo lo relacionado con la memoria histórica, algo que probablemente pase desapercibido para el público internacional o para los españoles austentes de la realidad que nos envuelve (y nos conmueve: ¡nadie decente puede querer un país con gente asesinada enterrada en cunetas!) pero que resulta chirriante y poco natural, desequilibrando considerablemente el balance con respecto a la historia de las mujeres, melodrama este característicamente almodovariano que, pese a todo lo kitch, es conmovedor y hermoso.
El otro elemento que lastra la película es parte de la música de Alberto Iglesias. La suya es una música, como siempre, exquisita, pulida y perfecta, pero que en el contexto del filme resulta confusa. Tiene varios temas centrales: uno de ellos se focaliza en la parte maternal del persoaje de Penélope Cruz; otro es un tema enérgico que viene a representar su determinación. Solo con ambos -y músicas secundarias de apoyo- el compositor podía haber sintetizado, trascendido y explicado de modo maravilloso la esencia de lo que es la película, cohesionándola y elevándola. Pero un exceso de pretenciosas músicas tóxicas que pueblan el filme hace que ambos temas se pierdan y ahoguen en un mar confuso y desarticulado. Como resultado, es una banda sonora más de dermis que de calado, más de acompañamiento que de explicaciones y su dramatismo es manierista, afectado, que a ratos resulta irritante por su dirigismo: particularmente insoportable es el uso del arpa, instrumento que se aplica para generar una impresión de misterio y turbación pero de un modo innecesariamente impositivo y que además acaba por no representar aquello para lo que se ha creado.