En 1870, un joven médico escocés y una aventurera regresan del África Ecuatorial con dos pigmeos, que considerados como los eslabones perdidos entre el hombre y el simio, serán expuestos en el Zoo como animales. Ella emprenderá entonces una cruzada para defenderlos, lo que le causará multitud de problemas.
Este es un Doyle imponente y expansivo, que poco tiene que ver con el compositor que se ha entregado a la maquinaria comercial de Hollywood, pero también es un Doyle que, como sucede en las otras películas que ha hecho para el cine del director, es excesivo y poco sutil, pues no por hacer las cosas muy a lo grande se logran los mejores resultados. Su creación gira en torno a un espléndido -no podía ser de otra manera- tema principal, lírico y emotivo, y sobre este tema aplica algunas variaciones, que complementa con otros temas más dramáticos. El problema no está, claro, en este brillante tema (uno de los más bellos de su carrera) sino en el resto, que intenta equiparar en poderío y lo que logra es diluirlo. Este es su exceso.