Dos socorristas viajan hasta Lesbos (Grecia) impactados por la fotografía de un niño ahogado en las aguas del Mediterráneo. Al llegar descubren una realidad sobrecogedora: miles de personas arriesgan su vida cada día cruzando el mar en precarias embarcaciones y huyendo de conflictos armados.
El compositor firma una creación en la que incluye elementos sonoros orgánicos (el agua del mar, entre otros) para lograr la inmersión de la audiencia en el contexto del filme, con algunas referencias étnicas -muy sutiles- para la ubicación del lugar. En lo dramático, busca generar una sensación de incomodidad, primero aplicada sobre el mar, como referencia al peligro que encierra, pero luego trasladada el entorno de las personas, enfatizando así una adecuada impresión de incerteza y confusión, también de inseguridad. Pese a la existencia de temas, estos quedan deliberadamente difuminados por ese propósito de mantener en vilo a los protagonistas y también a los espectadores, hasta la llegada de la gran secuencia del rescate, en la que la música sí toma forma clara y se impone pero no de modo melodramático o elegíaco sino respetuoso y con un moderado tono afligido con el que no se pretende cerrar la historia narrada sino exponer que esta no tiene, aún, final.