Fábula épica romana ambientada en una América moderna imaginada. La ciudad de Nueva Roma debe cambiar, lo que provoca un conflicto entre un genio artista que busca saltar hacia un futuro utópico e idealista, y su opositor, el alcalde que sigue comprometido con un statu quo regresivo, perpetuando la codicia, los intereses particulares y la guerra partidista.
Es harto difícil, por no decir misión imposible, hacer una valoración o expresar una opinión racionalizada de lo que es una propuesta musical visceral y radical en la que el compositor no es más -y no es poco- que el vehículo a través del que se expresa el director. Coppola utiliza la música no como música tal y como la entendemos sino como parte de la escenografía, de los fabulosos y fastuosos decorados e imaginería visual. La música que evoca al Miklós Rózsa o al Alex North de sus películas de romanos suena aquí porque Coppola convierte la excesiva Nueva York en una megalómana nueva Roma, y junto a ella muchas otras músicas variopintas en estilo que forman un todo deslabazado, caótico y anárquico, completamente imprevisible e imposible de explicar racionalmente. Gusta o no gusta, como tantas veces sucede en el arte.