Tras sufrir una tragedia personal, una mujer se retira sola a la campiña inglesa, pero algo o alguien parece estar acechándola. Lo que comienza como un pavor latente terminará convirtiéndose en una auténtica pesadilla.
En esta perturbadora película la música electrónica se aplica en distintos niveles sonoros para generar incomodidad y zozobra, y martillear emocional y psicológicamente a la protagonista y, a través de ella, a la audiencia. El protagonismo absoluto lo tienen las voces, que juegan diferentes roles: las hay por ejemplo formando eco en la escena del túnel, donde ella juega produciendo diversos y dando lugar a la formación de una melodía que siniestramente se vinculará a algunos de los personajes que la acosan, lo que vincula esas presencias con su estado emocional y mental. También hay voces de tono litúrgico, las hay estridentes, guturales, distorsionadas, ominosas... todas ellas, con el apoyo de la música para crear un estupor espeluznante, agobiante y disonante. Son músicas que finalmente se desprenden de sus orígenes y se elevan a un estadio representativo, místico y simbólico, casi en la forma de coros de tragedia griega, pero muy oscuro y muy ténebre. Y cuando en el final todas esas músicas y voces colapsan y se superponen cierran el filme de modo apocalíptico, desolador.