En la España del verano de 1936 el célebre escritor Miguel de Unamuno decide apoyar públicamente la sublevación militar, pero la deriva sangrienta del conflicto y el encarcelamiento de algunos de sus compañeros hacen que empiece a cuestionar su postura inicial y a sopesar sus principios.
En el regreso de Alejandro Amenábar a las labores de composición, que en el pasado diera algunos estimables resultados, el director y compositor ha escogido para este filme la opción musical más fácil, más cómoda y tambien la menos valiente, tratándose de una película con un personaje fundamental y un momento crítico en la Historia española del Siglo XX. Amenábar ha decidido no tomar musicalmente partido por ningún bando (lo que es lícito y es además aquí bueno) pero tampoco hacer servir la música como una declaración de principios, cualquiera que sea, con la que asentar aquello que está intentando explicar en el resto del filme. Un mensaje, una opinión o un posicionamiento que, llevado a la música, elevaría en trascendencia toda la historia relatada. Morricone lo ha hecho en varias ocasiones, pero el propio Amenábar también con la bellísima, contundente y firme música de Marianelli para Ágora (09)
No haciéndolo aquí deja el filme más a ras de relato histórico, sin más vuelo. Es una opción, mucho menos interesante (no habría que cambiar un solo fotograma, pero sí la música) pero que además aparenta poca confianza cuando recurre a un motivo de siete notas que se desarrolla en varios temas y que es reiterado muchas veces sin que siquiera quede muy claro qué está contando: pretende funcionar como leit-motif pero es un motivo confuso que según en qué escenas parece ser para Unamuno pero que, por su aplicación en otras, probablemente haga referencia a España (con una idea demasiado machacona de pobre España, más bien) Por su excesiva reiteración y su poca concrección acaba siendo simplemente la misma música una y otra vez, a pesar de sus transformaciones dramatizadas que le permiten cambiar pero que no evoluciona ni a nada lleva que no sea a una música impostada, inocua y edulcorada, que en su tramo final obliga a la adhesión emocional del espectador, venciendo pero no convenciendo y sin que nada de mínimo interés sume a Unamuno y a la sufrida España.