El agente Ethan Hunt y su equipo se embarcan en su misión más peligrosa hasta la fecha: localizar, antes de que caiga en las manos equivocadas, una nueva y terrorífica arma que amenaza a toda la Humanidad.
El compositor da un brutal salto adelante con respecto a su anterior participación en la saga, Fallout (18) y firma una banda sonora al nivel de las que crearan Giacchino y Kraemer para Ghost Protocol (11) y Rogue Nation (15), respectivamente. Es una partitura que mantiene el tono y el ritmo durante las casi tres horas de película superándose a sí misma en cotas de intensidad, dramatismo y epicidad. Todo ello, por supuesto, con una integración perfecta del fundamental tema principal de Schifrin.
La música avanza (y corre) cómodamente dando saltos de lo humorístico a lo dramático y de lo aventurero a lo tétrico con gran soltura y magnífico sentido de la continuidad. Su rol en el filme no es narrativo pero lo es muchísimo en lo dramatúrgico, porque no existe un antagonista al que Ethan Hunt deba enfrentarse sino que el peligro es una IA con capacidad de penetrar y corromper los sistemas de seguridad más sofisticados. ¿Cómo se combate musicalmente a un enemigo que no tiene forma alguna? La película no es un alegato contra la inteligencia artificial en sí sino sobre sus peligros, y eso es precisamente lo que más y mejor queda reflejado en una música oscura y siniestra (Stravinsky en el ambiente...) que tensiona muchísimo -a ratos asfixiantemente-, que es poderosa y sofisticada y, al no ser fisicalizada en forma de un tema musical concreto y reconocible, ha hace muchísimo más peligrosa. Esto contribuye a dar más calado al sentido trágico (casi pre-apocalíptico) que se alcanza en algunos momentos y contra lo que combaten en desigualdad de condiciones Ethan Hunt, su equipo y las músicas que les apoyan.