En la Venecia posterior a la Segunda Guerra Mundial, Hércules Poirot asiste de mala gana a una sesión de espiritismo. Pero cuando uno de los invitados es asesinado, comienza su investigación.
Lo mejor de la aportación de la compositora a este film es el tono mortuorio y fantasmagórico que suma su música al entorno del palacio y al aura de algunos de los personajes. Lo peor es que no va más allá de eso ni lo desarrolla ni tan solo lo modula. Es una musica apática y estática que una vez que muestra su planteamiento (el dramático, por ejemplo) se limita a sostenerlo durante la escena, sin matiz alguno. Es singularmente fallida la secuencia de la resolución, donde la música es anticlimática y nada dramática, pero tampoco resulta interesante en aquellos momentos en los que aspira a crear tensión: no la tiene. Se trata de una banda sonora de rol muy secundario que sirve más para rellenar que para explicar y que en general ralentiza y destensiona allá donde debería dinamizar y tensionar. Las expectativas de misterio creciente que genera en su primera aparición se diluyen enseguida y finalmente la música apenas eleva la película y la deja a ras de sus diálogos. Podía haber sido un festín de suspense y emoción pero acaba por ser amuermada y aburrida, lo que perjudica a la película.