Un joven contable, en espera de juicio en 1977 por malversación de fondos con una posible sentencia de 20 años, se une a un grupo de presos que exigen amnistía.
Julio De la Rosa explica, en el making of de la banda sonora, las líneas musicales que entretejen una creación que aparenta ser ambiental y de entornos pero que, en realidad, es profundamente emocional y dramática. En el editorial Con lo mínimo, lo máximo ya destacaba el fuerte impacto que generaba la presencia del órgano en un plano exterior nocturno de la cárcel Modelo de Barcelona con la perspectiva de una de sus largas naves y con el panóptico, ambos iluminados: entonces se oye en la música un órgano y súbitamente esa prisión se transforma (pues arquitectónicamente tiene también la forma)... ¡en una catedral! Un lugar donde cumplir condena transmutado en un lugar donde encontrar la salvación con la simple aparición de un instrumento.
De la Rosa aclara en el vídeo que no es un órgano real sino simulado: no quería coger un órgano de iglesia, un órgano de tubos, porque entonces podría ser cualquier sitio. Quería sentir mi propio sonido de la cárcel según podrían sentirlo los presos. Es una decisión de máxima inteligencia y acierto, y aunque un órgano real funcionaría bien sería un elemento externo que posicionaría la música más desde la mirada del director, el compositor y la audiencia que no -valga la peculiar redundancia- un elemento orgánico, del lugar, desde la perspectiva de los personajes y, sobre todo, como extensión natural y no solo estética y estilística, de la música natural que emana de ellos y alrededor de ellos.
En el editorial se destacó asimismo que De la Rosa impone mucha dignidad y también que el resto de la música cumple, es eficiente, pero la película se apoya más en otros elementos (actores, montaje, etc). Sin embargo, con esa contribución la película alcanza sus máximos. El compositor comenta acerca de la melancolía que acompaña al protagonista, en contraste con la incómoda y desagradable aridez de las músicas del entorno y sobre todo las de los funcionarios de prisiones. Este contraste realza mucho más al personaje protagonista, sus distintos estados emocionales y también la dignidad a la que me refería. Es evidente que el sonido del órgano adquiere un gran protagonismo y se posiciona en un nivel de percepción que es mucho más escuchado que solo oído en tanto las otras músicas -salvo en la parte final- son mucho más oídas que escuchadas, lo que no las desmerece sino bien al contrario las engrandece por lo mucho que contribuyen a completar personajes y contextos. Sí, la película se apoya en otros elementos como los actores o el montaje, pero contrariamente a lo que fue afirmado en ese editorial (escrito tras haber visto una sola vez el filme) la película no se podría completar en su profundidad dramatúrgica sin la música. Es mucho más que meramente cumplidora.
P.d: Las primeras imágenes del vídeo del making of son, por simbólicas, muy clarificadoras: el compositor no se aleja de la pantalla para ver la película en perspectiva sino que se mete en ella, para aportar su suma desde dentro. Asimismo, es factible pensar lo difícil o imposible que sería crear la música desde la lectura del guion -algo que es generalmente de gran ayuda cuando no necesario-, porque la música en este filme son reacciones, impulsos, réplicas y pegarse a la piel de lo que está presente, no de lo que es imaginado en unas líneas de guion.