Una mujer rica inicia una expedición al Polo Norte para reunirse con su marido, un explorador. Durante el viaje se encuentra con una mujer esquimal y pese a sus numerosas diferencias culturales y personales, tendrán que unirse para poder sobrevivir a las duras condiciones climáticas.
Banda sonora dramática que se aplica en el filme de modo fragmentado, despiezado, sin aparente continuidad narrativa y con el propósito de integrarse en el personaje de la protagonista para evidenciar sus diferentes estados de ánimo. Es en este sentido una música que funciona piel adentro, cuya aparente frialdad fusiona el entorno helado y hostil con la frialdad y poca simpatía de la arrogante mujer... y acaba por explicar lo que ella calla, desmoronándola progresivamente y llevándola a un estado de vulnerabilidad y desesperación, con músicas dramáticas. Todo ello más explicado desde la música del compositor, rota y quebrada, que desde el guion literario.
Estas músicas sirven para completar el personaje magníficamente interpretado por Juliette Binoche, que se explica mucho a través de ellas. La confusión en propósitos e intenciones comienza -aunque solo en parte- cuando irrumpe el personaje de la joven esquimal, pues aunque la protagonista cambia abiertamente su actitud arrogante la música no experimenta grandes cambios, lo que provoca cierto desequilibrio durante parte del metraje, en el que la música empieza a restar allá donde debería estar sumando. Aunque es algo circunstancial: la ternura y emotividad, el calor humano que surge entre ambas se llevará al terreno de la música y surgirá así el tema principal de la música de Lucas Vidal, un tema compartido por las dos y que acaba por negar, en su austera belleza, todas las músicas anteriores: la protagonista ha cambiado para siempre y eso se lo explica al espectador su música. Una banda sonora que no es perfecta, pero es poética y simbólica. No es poco.