Cuando la estrella del Ballet Clásico Nacional se suicida, una joven bailarina es seleccionada para ocupar su lugar en la mayor producción de la compañía: Giselle. Al convertirse en el blanco de todos los celos de sus compañeras, encuentra una amiga en la nueva bailarina, en una relación cada vez más cercana, a la vez que obsesiva.
El protagonismo absoluto y en primer plano de la música preexistente de ballet no solo no condiciona la labor de la música original sino que la realza y sirve para establecer una suerte de interconexión y diálogo dramático y narrativo que ayuda a completar la definición de personajes y de la propia película. La música preexistente (de Adolphe Adam) y la original de Palomares son obviamente diferentes pero interdependientes, estética, armónica y dramáticamente. Y esa coherencia estilística es lo que le da fortaleza al conjunto y evita que la película tenga un relato paralelo: el del escenario y el de fuera del mismo. Palomares adapta algunos pasajes de la obra de Adam para aproximarla a la idea del cristal, entendido tanto como enfermedad como sublimación del arte. El baile onírico adapta el ballet con una transformación mucho más oscura que el original.
La música preexistente, naturalmente, se proyecta hacia fuera, está en primer plano de percepción y funciona dérmicamente: las bailarinas se impregnan de ella y con ello también involucran a la audiencia. Es música concreta, construida, sólida; la música original, por el contrario, se proyecta hacia dentro (de las dos protagonistas), no está en un primer plano de consciencia sino que funciona sutilmente, cala poco a poco, se construye progresivamente -como la relación de ambas- y no es en absoluto una música sólida sino extremadamente delicada y frágil, que aparenta poder romperse en cualquier momento. Un tema musical -que es el principal- sirve a ese propósito y se construye en base a sonoridades acústicas, como hechas de cristal. Eso ayuda, y mucho, a aislarlas del entorno, a crear un mundo íntimo y personal, ajeno a la realidad que las rodea y también a remarcar la diferencia de fortaleza y seguridad que tienen cuando calzan las zapatillas y lo expuestas que quedan cuando no están con ellas.
Hay además dos temas musicales relevantes: el tema de la locura, que abre la película y que se escucha cada vez que se referencia a la bailarina muerta y llega hasta la escena final, y funciona como una presencia espectral, acechante. Asimismo, Norma, la férrea directora de la compañía, aporta un tema sibilino, de manipulación, que la fortalece. Son temas relevantes pero menores, que circunvalan y de alguna manera acechan también al tema principal, como si quisieran impedir su eclosión.