Tercera entrega de El guardián invisible (17) La muerte súbita de una niña resulta sospechosa y los análisis forenses llevan a la protagonista a investigar otras muertes de origen similar que conducirán a la inspectora a la resolución final de los sucesos que han asolado el valle de Baztán.
Fernando Velázquez pone cierre a una pobre trilogía musical en la que ha dominado el efectismo, prevalecido la confusión y se ha significado por una sobreabundancia de músicas y de frentes temáticos con un resultado de muy poco interés en lo dramático y especialmente en lo narrativo. En esta tercera entrega todo es excesivo, hiperbólico, con no pocas escenas sobrecargadas innecesariamente de música con pretensiones bien de trascendencia o bien simplemente para dar relevancia a lo que no lo tiene. Esta es una saturación en la que el compositor parece estar más a gusto consigo mismo que con la película y sus requerimientos, de un modo que en momentos es demasiado obvio y en otros impostado, y siempre errático, desaprovechando por asfixia el tema principal y ensombreciendo aquellos temas que puden explicar algo, lo que ya sucedió en las dos anteriores entregas. Su música se dispone más para impactar que no para explicar, y la falta de solidez en su estructura se palía, aunque solo en parte, por algunos momentos emotivos. Esto es más circo que cine, y de un compositor del talento de Velázquez se debería exigir mucho más en proyectos de tal envergadura como lo es esta trilogía. Sabe hacer música comprensible, pero por alguna extraña razón no sabe hacer cine con ella. ¡O no le dejan!