El guardaespaldas de uno de los mafiosos más importantes de La Habana se siente desplazado tras la revolución castrista, y decide comenzar una nueva vida. Antes, sin embargo, debe concluir un asunto pendiente.
El compositor se desenvuelve cómodamente por el terreno de la música de género (cine negro) sin caer en sus tópicos habituales, pero sin renunciar a sus preceptos básicos, los que permiten la identificación del ambiente. Su partitura es sofisticada y sutil, pero también directa y claramente expuesta: temas cálidos y sensuales (la eterna trompeta con sordina) se combinan con otros de suspense, ambientales, que son hostiles y amenazantes. Con gran poderío orquestal, el compositor desarrolla una música en apariencia fragmentada, caótica, imprevisible, lo que sirve a las intenciones de generar una pretendida sensación de incerteza e inconcrección. Sin embargo, todo está muy hábilmente calculado y estructurado, tanto con la presencia de su magnífico tema principal -variado y repercutido- como con el empleo de un no menos notable tema dramático que aporta una desoladora sensación de soledad y fragilidad sobre el protagonista. Es, hasta la fecha, una de las aportaciones más notables que ha hecho el compositor en el cine.