En los años cuarenta, una mujer que vive en una mansión con sus dos hijos, empieza a ver cómo suceden cosas muy extrañas cuando oye ruidos en la casa, y teme que la vida de los pequeños esté en peligro.
En su intrigante y bellísima película, el director y compositor emplea la música como elemento de apoyo puntual y circunstancial, sin otras pretensiones que las de reforzar momentos muy concretos del filme. Su estrategia ha sido la de comenzar con una suave melodía, expresamente anodina, y después ir desarrollando la partitura de una manera lenta y sutil, hasta llegar al momento en el que su fuerza emotiva sí es realmente importante, ya al final.