En los años cincuenta, dos hermanos viajan a la colonia española de Fernando Poo para trabajar con su padre en una finca de cacao. Allí vivirán los contrastes entre colonos y nativos y conocerán el significado de la amistad, la pasión, el amor y el odio.
Suntuosa banda sonora sinfónica en la que el compositor recorre con prestancia el territorio del melodrama épico, a la manera clásica. Lo hace con dos notables temas centrales: uno para el contexto y el otro para la relación sentimental del protagonista. El primero es un tema abierto, animado y enfático, que recuerda -solo es una referencia- a Desplat o Rombi, y que se aplica para resaltar de alguna manera la mirada colonialista, que convierte un lugar de explotación humana en algo parecido a un Edén, un lugar idílico cuyas injusticias el compositor contribuye a disimular ante espectador, táctica hábil que opera así solo al principio del filme, donde esa música es la mirada y la impresión del protagonista y su familia y donde el cuestionamiento de los métodos y crueldades perpetradas por los blancos son comentados con temas secundarios, al modo de breves incisos, que introducen esa perspectiva pero no llegan a ocupar espacios de relevancia. Pero este propio tema -que llega a puntos de arrogancia e indiferencia- acabará por derrumbarse y pasar de significar lo bucólico a plasmar el ocaso, el fin de una época.
El otro gran tema es el romántico, que llega a fusionarse con el anterior porque ambos acaban por ser propiedad del mismo personaje, aunque no en todos los momentos. Es un tema bello, limpio, directo y trasparente, al que el compositor aplica algunas transformaciones que abarcan la ilusión y felicidad, la armonía y paz y también el desgarro y dolor, como se corresponde a la historia narrada.
Como suele ser habitual, el miedo al vacío musical genera excesos en la abundancia de música, en la reiteración innecesaria en momentos que podían resolverse bien sin música o con músicas secundarias, para focalizar las músicas explicativas -aquellas en las que el espectador va a participar- en los momentos climáticos o cuando menos más importantes, no en cualquier momento porque no todos los momentos son tan importantes. Esta sobre-exposición acaba por generar saturación y mengua considerablemente el impacto dramático, de tal modo que resulta menos explicativa, aunque sea igualmente bonita. Los aproximadamente 20 minutos que le sobran a la película de música es la que la acercan más al concepto de telefilme que no de cine para pantalla grande.