En un pequeño pueblo dos hermanas que fueron separadas en su adolescencia se reencuentran para vender una panadería que han heredado de una misteriosa mujer a la que creen no conocer.
El compositor firma una hermosa y elegante creación ambiental y dramática que, sin estar muy presente en el metraje, donde el silencio musical forma parte de la dramaturgia, sí interviene en momentos de relevancia. La suya es una música austera, de mínimos, que evita sobrecargar de emociones un filme que ya está lleno de ellas y que, por el contrario, busca y logra ubicarse en el tuétano, en lo más básico y mínimo para servir de ayuda a los personajes y sobre todo poder expliacarlos en lo esencial.
La estructura musical parte de un aparente desorden, de una dispersión de temas pero coincidiendo con la unión de las hermanas que no estaban unidas se ordena con un bello tema principal que desemboca, al final, en una canción que representa -lo hacía desde el principio de su aparición solo como música, sin saberse aún- al personaje que no aparece, del que se quiere saber, que así se ha presenciado con la música y como un aura alrededor de las hermanas.