Una familia que vive aislada del resto de la sociedad, ver perturbada su tranquilidad por una presencia aterradora que pondrá a prueba los lazos que les unen.
Para poder interpretar el sentido y la dramaturgia de la música es importante destacar que esta no es una película de terror, como equivocadamente se ha vendido. Así lo señalé en el editorial El (d)efecto de El Páramo:
"El páramo no es una película de terror, no lo es en absoluto, o al menos no es el tipo de terror que la gente espera ver cuando Netflix la promociona como tal: monstruos, sustos del gato, histeria... El páramo es una película dramática sobre otro tipo de terror, que no está en el campo de la fantasía sino en el de la psicología, y es absolutamente lógico que la gente que ha acudido masivamente a la llamada de un nuevo entretenimiento salga con un gran enfado, tal y como puede constatarse leyendo la catarata de opiniones negativas que hay en medios y redes sociales. Y es lógico: si la película se hubiera promocionado como la película que realmente es, un porcentaje altísimo de la audiencia ni se habría tomado la molestia de verla, a pesar de estar incluida sin pago adicional alguno en el amplio catálogo de Netflix."
Y es que la música de Diego Navarro no es música para dar miedo sino para explicarlo. En la película hay dos líneas claras: la música ordenada y la música del caos. El orden lo pone un sentimiento, el amor, el que une a la madre y su hijo; el caos se expresa a través de distintas músicas inconcretas, inacabadas, fulgurantes, que parecen querer llevar a algo pero no llevan a otro sitio que la confusión, que es exactamente la de los propios personajes, que temen lo que creen está fuera sin saber que lo tienen dentro.
Este desorden, confuso y visceral, tóxico y hostil, es más dramatúrgico que ambiental (las partes realmente ambientales son escasas y muy poco interesantes, de hecho). En este contexto va evolucionando y buscando su propia salida el maravilloso tema principal, en un viaje hacia su liberación lleno de complicaciones que -y es lo más notable- comprometen su propia existencia: hay escenas donde el tema principal parece que se derrumba, se destruye, se anula... y por ello el final es tan significativo a nivel narrativo. Todo ello, con indisimulado aroma a Shyamalan y a James Newton Howard. Es una película muy imperfecta con una música lejos de ser perfecta, pero hay sensibilidad y hay inteligencia, y no es poco.