Un joven periodista recibe la propuesta de viajar a Irak para cubrir la guerra de Irak. Antes de partir, decide comunicar su decisión a su familia y su novia en Nochebuena... lo que resquebrajará los cimientos familiares.
Banda sonora que el compositor inyecta piel adentro de los personajes y con ello los une más allá de los lazos familiares, también los vincula emocionalmente. Incluye temas étnicos que evocan Irak, y que funcionan a la contra especialmente del personaje de la madre del protagonista, perturbándola, y resultando también incómodas para el espectador. Estas músicas son de lejanía, externas, invasivas, y se contrastan vivamente con el resto de las músicas que son de cercanía e internas a los personajes, y que sirven para meter a los espectadores en escena.
Lo importante en la música no está en el conflicto de Irak, sino en los conflictos de los protagonistas. En este sentido, la música es clara y es diáfana: habla de dolor pero también de la búsqueda de redención, y el compositor desarrolla un diálogo musical con frases que preguntan y otras que contestan, hallando finalmente luz en un entorno de oscuridad dramática, a veces apagada y casi mortuoria, expuesta en algunos de los temas secundarios. La luz la trae el tema principal, bellísimo, que aporta siempre un cariz positivo, allá donde los personajes sufren por lo negativo, y que conoce una cuidada evolución y transformación. Es una música compartida que estructura un discurso sólido en el que se priman la bondad, el amor incondicional y la final aceptación del destino. El carácter teatral de la película gana mucha profundidad de campo escénico y dramático gracias a una música exquisitamente aplicada, dosificada y elegante, pero sobre todo con sentido y significado: los personajes son explicados muy bien con ella, porque la música sale de ellos.