Filme sobre la leyenda de Otger Cataló y los orígenes de Cataluña.
Una buena música no salva una película desastrosa, pero no necesariamente la hace parecer más presentable, como en su día sentenció Adolph Deutch. En este caso en particular no se trata solo de un muy mal filme propagandístico (un subgénero que por otra parte ha dado lugar a brillantes películas) sino que tampoco se ha hecho mucho por darle entidad: el compositor ha debido poner todo su empeño en lograr el milagro de resucitar un muerto... con samplers!
Es la historia de siempre: no hay dinero para la música, pero si no hay dinero para la música, entonces tampoco lo hay para la película (porque la música es la película también). Y si no lo hay, ¿por qué se pone en marcha cuando no se tiene el suficiente dinero? El sonido de los samplers puede ser aceptable en un tipo de películas pero en otras es un lastre. Un filme que como este pretende ser épico y contagiar emoción necesitaría una orquesta sinfónica, en primer lugar porque impresionaría y cautivaría más por el impacto sonoro, pero también porque le daría al resto del filme un empaque que con samplers se reduce a algo muy simple.
El compositor no ha escrito una música que vaya a hacer Historia, en absoluto. Ni siquiera tiene mucho que sea especialmente reseñable, pues se ajusta a lo que es esperable y está correctamente estructurada. Pero todas sus buenas intenciones se ahogan por la falta de vida y de vibración y pasión que solo pueden dar los intérpretes, pero no las máquinas. Música lírica, dramática y épica se desarrolla, dialoga y finalmente converge en un final intenso y categórico. Hay temas que son de mero relleno y que rompen en parte el discurso narrativo, pero aún así este se mantiene. El director ha afirmado que esta película "nos hará sentir orgullosos de ser catalanes" (La Vanguardia). Con una música hecha en condiciones igual su afirmación no era puro ridículo.