Una mujer, enferma de cáncer y que no quiere tratarse, decide regresar a su lugar natal, una isla en cuyas aguas se esconden toneladas de residuos del ejército norteamericano.
El compositor aplica una creación que va calando progresivamente en el tuétano dramático del personaje protagonista y del filme en general, fusionando belleza y dolor mediante el uso de piano, sonoridades metálicas (destacado el empleo del handpan) y la integración de elementos sonoros que evocan y referencian el mar, elementos estos que se aplican también sobre ella, integrándola y fusionándola con el mar. Es una creación que se inicia áspera, fría, cortante e hiriente, mostrando a una mujer destruida, pero deriva paulatinamente hacia terrenos más emocionales contrastando no solo la belleza y la aflicción sino también la pesadumbre con la determinación de la mujer de llegar hasta el final. Y como ella, la música también camina hacia delante: habiendo partido de los mínimos alcanza su máxima expresividad en créditos finales, donde lanza un mensaje de optimismo y positividad que cierra con elegancia y calidez el arco dramático.