Serie televisiva ambientada en la Sevilla del Siglo XVI. En pleno brote de peste, varios miembros destacados de la sociedad sevillana aparecen asesinados. Un hombre, condenado por la Inquisición, debe resolver esta serie de crímenes diabólicos para lograr el perdón del Santo Oficio y así salvar su vida.
En el claro propósito de introducir al espectador en el entorno de la sucia y peligrosa Sevilla del Siglo XVI el compositor aplica una música que no lo es, en realidad, sino lo que aparentemente queda de ella, de la que fue en tiempos mejores. Es una banda sonora destruida, pulverizada, formada a partir de una mezcolanza de restos que parecen provenir del folclore con música tóxica, contaminada. Una peste musical que genera un ambiente incómodo, prácticamente descorazonador y pseudo apocalíptico, sin rastro de emoción humana. Con la electrónica y una guitarra mortuoria, entre otros elementos, se expande veneno por los diferentes escenarios. Pero hay algo en la música, un tono de suspense, que la hace a la vez que desagradable también hipnótica, oscuramente seductora. Este comentario es tras ver la música en el primer capítulo. Habrá que ver lo que nos depara en los siguientes.
Esto funciona espléndiamente en lo dos primeros episodios, para ayudar al espectador a la inmersión en el entorno. El problema comienza cuando la música no va más allá en lo que prosigue, cuando la historia sí progresa, los personajes, las tramas y por supuesto también las emociones. La música no evoluciona, es estática y por ello comienza a ser monótona y a perder cualquer efecto sobre las impresiones del espectador, lógicamente más pediente del argumento y personajes -que la música desconsidera- que del ambiente, ya conocido... y al que se ha acostumbrado. Y por derivación, comienza a ser ineficiente, cada nuevo capítulo más hasta ser casi completamente irrelevante más allá de lo meramente ambiental, aunque ni tan solo genera la podedumbre que sí lograba al principio. Es el riesgo de no calcular que el espectador acaba acostumbrado a todo.